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Lo que aprendí mientras me lesioné y dejé de correr

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Llevo 25 años corriendo y me he detenido solo 4 veces: cuando me operaron las rodillas a los 19 años y tuve que tomar 3 meses de terapia de rehabilitación; cuando nacieron mis dos hijas y dejé de correr a los 6 y 8 meses de embarazo y volví a los 45 días de haber parido; y ahora, que lo dejé 2 meses por una lesión crónica (no de meses, de años) en la espalda alta y cervicales, producto de una mala postura frente a la computadora, estrés y debilidad muscular.

Cuando me operaron de las rodillas tenía 4 años de haber empezado a correr y me prometí nunca lesionarme por mi insensatez a la hora de correr. Siempre he sido cuidadosa en el tema, no soy elite ni quiero la responsabilidad del protagonismo, soy de las que si ve que en estos momentos no puedo correr más distancia o más intenso, me mantengo al margen porque mi plan es correr muchos años, es más, toda la vida.

Después de mi último 21k, terminé con una contractura muy severa en el cuello y la espalda alta. Los últimos 10 años de mi vida había tenido ese problema, me daban masaje y se curaba. Pasaba hasta 8 horas frente a la computadora como buena Godín y ¿ustedes creen que siempre iba a tener una buena postura? Jamás. Sin embargo, esta vez fue diferente. Como corredora sé que tengo un umbral del dolor muy alto y eso me confundía muchas veces, sin embargo, cada vez me costaba correr más y lo entendí cuando me informaron que esta contractura me estaba disminuyendo hasta en un 30% mi capacidad pulmonar. Empecé a buscar “especialistas” en Guadalajara y fui con tres que no dieron con el problema, ya saben, el amigo del amigo, hasta que llegué a una clínica recomendada por una super nutrióloga, Margarita Posada, miembro de la Federación Mexicana de Nutrición y nutrióloga del equipo de futbol Chivas, con el brazo izquierdo sin fuerza y rígido, el cuello tan tenso que no podía moverlo y un dolor punzante en la escápula izquierda. ¡La noche anterior a eso dormí en el piso a causa del dolor! ¿Saben qué sentí? ¡Que colgaba los tenis!.

En Medyarthros me atendieron de inmediato, tienen un área de atención inmediata para urgencias como la mía, hicieron radiografías y demás, el diagnóstico: esguince cervical, cuello rectificado y contractura crónica severa en espalda alta. ¡Pero si no choqué ni me chocaron! Al siguiente día estaba en un programa de rehabilitación de dos horas diarias. Masajes, electroestimulación, láser y una rutina de equilibrio, fuerza y estiramientos. 10 días concentrada en mi, en mi lesión y en lo que mi cuerpo quería decirme y no hice caso.

Me costó mucho trabajo estar quieta, bañarme sin haber sudado, esto quizá para mi representó uno de los momentos de mayor reconocimiento hacia mi salud por tonto que parezca. Hoy darme un baño después de entrenar es como un premio al esfuerzo. Nunca lo vi así.

Me han dado de alta para correr y hacer yoga sin descuidar el trabajo de fuerza. Sentí alivio por volver a correr, agradecí estar sana, perfecta, feliz con mi entorno… ustedes no saben todo lo que aprendí estos días y se los quiero compartir.

  1. Valoré mi vida. Uno pasa de largo el hecho de despertar todas las mañanas para hacer lo que nos gusta. Cuando tenía ese dolor punzante y el haber perdido la fuerza en el brazo y mano izquierda, me hizo recapacitar en mi condición humana y en ponerle más atención a mi cuerpo que no me estaba hablando, sino gritando y llorando. Hay que saber decir hasta aquí.
  2. Me consentí. Como corredora y emprendedora siempre tengo prisa por llegar. Últimamente pocas veces volteaba a verme, a reconocerme, a consentirme. Estos 10 días de terapia, hacían que a fuerza durmiera por lapsos de 10 minutos 3 veces todos los días para tomar la electroestimulación. Mis ejercicios eran frente a un espejo donde me veía, me sonreía, me reconocía, me ponía atención. Constantemente me repetían: “ya suéltalo”.
  3. Me enfoqué en otros aspectos de mi vida. Al dejar de correr, puse más atención a la parte profesional, en crear. Valoré más los momentos familiares y disfruté más de mi casa (hasta regaba el jardín y les cocinaba a mis perras) pero ahora gasté esa energía en crecer la comunidad, en conocer a las seguidoras, en aprender más del negocio, en reforzar mi lado autodidacta. No me gusta ir a una escuela para aprender, me gusta conocer las experiencias de los emprendedores que más admiro y a eso me dediqué, ellos han sido mis mejores maestros.
  4. Cuidé más de mi familia. Podía levantarme por las mañanas sin la presión por entrenar y el sentimiento de culpa por no haberlo hecho un día (a veces quisiera que me diera igual, pero no), le bajé a las prisas. Mi carácter cambió. Y no es que estuviera harta de correr, es que a veces hay que cambiar el chip del día a día. Empecé a extrañar mis idas al parque, a la clase de yoga, a correr con mis perras. Me di mis vacaciones, ¡todo el día hablo de correr! Hasta me fui a Torreón.
  5. Acepté mis circunstancias. Desde pequeña mis padres se encargaron de ponerme los pies bien pegados al piso. Yo he pasado por varias etapas como corredora, desde la típica novata entusiasta que se lesiona y la operan, hasta la que compite semana tras semana, la que subió alguna vez a un podium, la que corrió embarazada, la que cruzó la meta de un maratón contenta pero también enojada y la que hizo de su hobbie su forma de ganarse la vida, por lo tanto, hoy la energía no me da para ser la más veloz de este planeta, esa es la verdad. A veces somos tan crueles con uno mismo que le exigimos demasiado al cuerpo, desde la parte física hasta la mental. Yo le agradecí a mi cuerpecito haber soportado tanto y aún así haberme dejado correr, digamos que me salí del papel de víctima y mártir. Y también le agradecí a mi mente haberme dado humildad para aceptarlo, aunque hubieron días en los que chillé y chillé mientras estaba sola, mi ego estaba maltratado.
  6. Me reconecté con mi parte emocional. Yo soy de las que cree que en el surgimiento de casi todas las enfermedades hay una emoción escondida. Y la encontré, mi terrible impaciencia para que las cosas sucedan. Empecé a enfocarme en las cosas positivas de la vida, en lo que tengo, en las posibilidades de mi nueva vida, a disfrutar el trayecto. Acepté subir y bajar de los aviones para ir a mi querida CDMX sin complicaciones y empecé a adaptarme al ritmo de una ciudad que gira a un ritmo más lento del que estoy acostumbrada, al calor que aún me cuesta y a las rutinas y prácticas de la sociedad.
  7. Dejé que la vida me sorprendiera. No todo es como yo quiero que sea. Si algo he aprendido al correr es a ser flexible pero a veces se me olvida. Me relajé por obligación y he encontrado una nueva persona en mi, que hasta me gusta, que me cae bien. Aprendí nuevas habilidades como dejar de estresarme por todo, por ejemplo.

Lo maravilloso de correr es que el dolor se olvida muy rápido con ponerse los tenis, entrenar, pisar una línea de meta o de llegada. Vamos por el reto que sigue que ya vi que cada vez que me lesiono, hago un cambio total.

Y ustedes ¿qué han aprendido de sus lesiones?

Nos seguimos leyendo

Sonia

@sonitachavez

 

 

 

 

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