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Las mujeres de Chicago

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Mi experiencia corriendo el pasado Maratón de Chicago me sirvió para confirmar una idea-teoría sobre una particular (y envidiable) característica de las mujeres en su relación con correr (o el runnning) y con la dinámica colectiva que son capaces de establecer alrededor de esta actividad.

Permítanme explicarme en términos más cotidianos, y en específico a qué me refiero: las mujeres logran desarrollar mucho mejor que los hombres un sentido de solidaridad en relación a correr.

Las noches previas al maratón tuve la oportunidad de cenar con dos distintos grupos de amigos y conocidos que también correrían ese domingo. Curiosamente, la primera reunión contaba con una notable mayoría femenina y la segunda era casi exclusivamente masculina.

En la primera cena fui testigo de una serie de interesantes conversaciones. En la segunda me tocó escuchar una serie de monólogos disfrazados de charla.

Mientras cada una de ellas hablaba de sus planes, estrategias y miedos o preocupaciones (había desde primerizas en la distancia hasta quien buscaba calificar para Boston), no dejaba de haber al final una pregunta o frase que evidenciaba un sincero interés en la situación de las otras amigas. Los consejos o respuestas se daban en un tono entre terapéutico y motivacional que buscaba reconfortar o tranquilizar o animar.

24 horas más tarde, cuando eran hombres quienes hablaban de sus planes para la carrera, era evidente a través del propio discurso utilizado, de la forma de contar o platicar las cosas, que el personaje importante, protagónico y único de la película: son ellos mismos. Un monólogo sobre un posible récord personal era seguido por un soliloquio acerca de lo que un primerizo de la prueba esperaba como experiencia.

Si acaso había consejos, estos no dejaban de tener un tono de disfrazada superioridad. No deja de sorprenderme el primitivismo con el que podemos comportarnos los hombres en la mayoría de los escenarios donde se pueda concebir una idea de competencia. Seguir creyendo que en un maratón corres contra otros me parece absurdo. Solo se los entiendo a los elite que sí van por los primeros 50 lugares.

El viernes previo a la carrera, en el camión escolar que nos transportaba a la Expo para recoger los paquetes de participante, de nuevo me tocó presenciar esa envidiable dinámica femenina, ahora entre 3 chavas que debían tener entre 23 y 28 años.

Las 3 se encontraban evidentemente emocionadas por la carrera, y en cada nuevo comentario se asomaba el interés por saber cómo se sentían las otras, por contagiar la emoción o compartir algo basado en experiencias previas que ayudara a motivar o disipar dudas.

Es verdad que el maratón nos lleva a conocer los límites y alcances de nuestras capacidades y personalidades. Y en ese escenario de esfuerzo total, mientras yo mismo corría esos 42.195 klilómetros, pude confirmar cómo entre las mujeres había un constante ánimo de solidaridad a lo largo de la prueba, de capacidad de sacrificio y empatía muy distinta a los de mi género. Una corredora puede detener su paso, ayudar o animar a alguien, acompañarlo por kilómetros o por toda la carrera sin pensarlo dos veces, si cree que eso ayudará a que alguien más, alguien especial para ella quizás o un desconocido, termine la prueba.

Entre nosotros, los hombres, el asunto es más en el tono: suerte, y cada quien va por la suya. Podré acompañarte, ayudarte en alguna parte, pero mi meta seguirá siendo lo incuestionablemente prioritario.

Ojo, no significa que no haya hombres dispuestos al apoyo y la solidaridad o mujeres obsesionadas en sus tiempos y su carrera y en nadie más. Pero es evidente que hay una natural diferencia entre una mente más cercana a una visión colectiva-empática de una experiencia como correr un maratón (la femenina), y la modalidad más individual-egocéntrica de quienes solo quieren ‘ganarle a otros o a ellos mismos’ (la masculina).

Para quienes vemos y sentimos el correr como una actividad que nos ayuda a reflexionar, conocernos, empujarnos y de alguna manera, hacernos crecer como personas, ver que hay quienes pueden llevar esto a un plano de experiencia y apoyo colectivo, de preocupación por alguien más, provoca querer hacer las paces con las humanidad y darle el beneficio de la duda y la esperanza de nuevo (ver las noticias, platicar un poco de política y el estado social del país hace todo lo contrario).

Es algo a envidiarle a las mujeres. Algo para reconocerles y aplaudirles. Algo que si les copiamos, seguro nos haría bien a todos.

En su más reciente película, Adiós al Lenguaje, el mítico director francés Jean-Luc Godard asegura que “El filósofo es el que se preocupa de la existencia del otro”.

Cuando escuché la frase, inmediatamente pensé en las mujeres que vi en Chicago. Y en lo bien que le haría al mundo que hubiera más filósofas que corren.

Autor: Arturo Aguilar

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